segunda-feira, 18 de outubro de 2010

Recuerdos Leonciopradinos

Hay un dicho que "todo tiempo pasado fue mejor..." recordar uno de los mejores momentos que viví en parte de mi adolescencia, están enmarcados en los tres años que estudié en el Colegio Militar "Leoncio Prado". En aquel lejano año de 1982, el muchacho delgado y pequeño de estatura que fui y que frisaba los 13 años se convertiría en un cadete leonciopradino, siguiendo la tradición familiar (dos años antes mis dos hermanos mayores ya habían egresado).


El colegio militar fue por tres años consecutivos nuestro hogar, jóvenes de todos los rincones del Perú llegaban a estudiar. Así como yo había muchachos con las mismas inquietudes, la primera formación y la presentación de nuestros intructores militares sería el comienzo de nuestra vida castrense. A paso ligero y por secciones nos ubicaríamos en los pabellones Miguel Grau y Duilio Poggi.

Tendríamos que adaptarnos rápidamente al régimen militar. Las vestimentas verde olivo y las botas (borceguies) formarían parte de nuestro uniforme diario. Dormir en camarotes, tener un ropero asignado en los dormitorios a los cuales se les llamaba " cuadras", cada cadete se encargaría de mantener su cama y ropero en "regla", el sub oficial de sección pasaría revisión diaria de los mismos. Levantarnos temprano al "toque " de Diana, salir a recorrer en buzo todas las mãnanas las calles de la Perla para luego tomar un baño de agua fría y salada en los "malacates", formar en el patio de armas para pasar "rancho" era el ritual diario. Los ejercicios físicos sin armas, las clases pre-militar con los sub-oficiales formaba parte de todas las enseñanzas recibidas.

Dentro de la cuadra, las salas de aula o en donde siempre se reunía un grupo de sección o de promoción seríamos una familia, empezáríamos a conocernos, cada uno con su propia forma de ser y de pensar, la convivencia de "promoción" se convertiría en una hermandad. Los adolescentes podían encontrar al hermano, amigo, primo que nunca tuvieron, dentro de la disciplina como factor primordial. Esa vivencia lejos del hogar hicieron que aquellos jóvenes ejercieran una madurez, como pocos chicos de su edad.

Ser parte de una promoción significa ser parte de una familia que a través de los años, el vínculo se incrementa y se hace más profundo. Ello lo podemos ver y sentir en cada reencuentro leonciopradino, las demostraciones de afecto son inimaginables, esa es la vivencia que te brinda el colegio militar. Llamar a un componente o compañero de "promoción" es una marca registrada, y más aún cuando te encuentras con leonciopradinos en tu vida diaria , con solo decir "Alto el pensamiento" la satisfacción es grande. Por eso siempre recuerdo con mucho cariño mi paso por el Colegio Militar, ser parte de esa legión de estudiantes nos hace una "casta" diferente a los demás promociones de colegios existente en el Perú.

sexta-feira, 2 de abril de 2010

El Colegio Militar que conocí...


Transcurría el año de 1977, era el segundo gobierno militar, Francisco Morales Bermúdez nos gobernaba, yo tenía por esa época nueve años. Ese verano, mi padre llegó con un ejemplar de la revistas del Concurso de Admisión del Colegio Militar “Leoncio Prado”, se lo dio a mi hermano Carlos, más conocido en casa como “Toño”, mis hermanos y yo después le dimos una ojeada al ejemplar. En la portada de la revista estaba la foto del frontis del Colegio Militar, las fotos eran en blanco y negro, el contenido brindaba todas las bondades que la institución daría al futuro cadete, la formación académica y militar. La descripción de las instalaciones con sus respectivas fotos y los uniformes que el cadete leonciopradino vestiría durante su permanencia, durante los tres años respetivos. Mi hermano Carlos, durante El verano del 77 se dedicó a estudiar y a prepararse físicamente. Ya para comienzos de abril, haría su ingreso al Colegio Militar. La primera visita fue aquella mañana que mis padres y hermanos lo despedimos desde las rejas que separan la guardia de la Av. Costanera. Después, fue durante las visitas respectivas que tenían derecho los nuevos cadetes, pude entrar y recorrer y familiarizarme con las instalaciones del CMLP.

La estatua del patrono del Colegio, Coronel Leoncio Prado Gutiérrez, el pabellón Central, las cuadras de cadetes, la enfermería, los casinos, el comedor principal, el Patio de Armas, la pista de combate, el estadio.

Al año siguiente se repitió la rutina con mi hermano Víctor, conocido en casa como “Coqui” y seguí visitando el colegio, aparte de las conversaciones que escuchaba de mis dos hermanos, que siendo cadetes leonciopradinos hablaban con términos que no me eran familiares, “La diana”, “Los malacates”, “la hora del rancho”, “imaginaria”, “los casinos”, “estar a esta”, “cabreado”, “tirar contra”...

El tiempo pasó e hice mi ingreso al colegio militar en 1982; ya vistiendo el uniforme verde olivo haría parte de la trigésima octava promoción, curse los tres años egresando el año de 1984. Durante los tres años recorrí de punta a punta las instalaciones de la vieja Guardia Chalaça, transformada en el imponente Colegio Militar. Durante ese tiempo trascurrió mi vida de cadete entre las cuadras, que serían nuestras habitaciones, el patio de Armas en donde se formaba el batallón para pasar lista dos veces al día, el comedor de cadetes, las pabellones de aulas, el auditorio, que cada miércoles podíamos disfrutar de alguna película, el estadio de tantas competiciones deportivas, la enfermería en la cual visitaba a mis amigos convalecientes de alguna enfermedad, los casinos que visitábamos en la famosa hora de cadete, el casino de La “curvilínea” de Erika, el casino que quedaba cerca de las canchas de tenis, la pista de combate ubicada frente del pabellón Duilio Poggi, la canchita de pasto, más conocida como “La Perlita”, que está nombrada en la novela “La Ciudad y los Perros” de Mario Vargas Llosa, la Siberia, el coliseo cerrado, donde disfrutábamos los juegos de básquet de la selección del colegio, la chanchería, Los malacates, que estaban ubicadon al lado izquierdo del Pabellón Miguel Grau en donde estaba el tercer año. Allí existían los sanitarios sin puerta y que era colindante con las duchas, duchas que en sí eran tubos ubicados en el techo en tres hileras, que recorrían todo el espacio y que tenían agujeros por donde brotaba el agua salada. También fue el lugar de encuentro para marcar alguna pelea entre promociones. Para tomar baño teníamos que trasladarnos hacia ese lugar, ya sea en época de frío o calor con la toalla a la cintura y con la jabonera en la mano.

Tiempo después regresé al colegio militar, ya como ex-cadete, para reencontrarme con los amigos que formaron parte de la Trigésima Octava promoción, desfilar de nuevo, entonando el himno de la promoción y pasar por el estrado oficial... era una descripción inolvidable que solo los cadetes leonciopradinos sabemos de eso. Las fotos respectivas, las tres hurras por la promoción, los abrazos interminables con promocionales que no veíamos años y el recorrido por el colegio para recordar nuestro paso por nuestro querido CMLP.

La sorpresa fue grande, los lugares que había una vez conocido ya no existían más o estaban clausurados. La Imprenta, el salón de juegos y el casino “misio” que estaban próximos a “la canchita de La Perlita” habían dejado de funcionar. Se cambió la entrada de la enfermería. El casino que estaba ubicado en la Siberia también fue adecuado como dormitorio para albergar a los PMs (policia militar). El pabellón de la Siberia, declarado en desuso y clausurado, fue llamado así porque en ese lugar la brisa del mar golpea con más fuerza y los vientos soplan constantemente haciendo un lugar muy frío, ya sea de día o de noche. La Siberia fue el pabellón de aulas en mi época que estudié el Quinto Año. Se utilizaba solo el primer piso, era un laberinto de salones con puertas muy angostas. Estaba terminante prohibido subir por las escaleras y acceder a los pisos superiores. Quien habitaba algún cuarto en ese lugar era el Suboficial Reyme. Alguna vez quebramos la prohibición y pudimos ver de cerca y recorrer cada pedazo del famoso pabellón. Se podía observar que estaba sin mantenimiento, catres oxidados, paredes despintadas y que en algunas se podían leer parte de himnos de las diferentes armas del ejército peruano, alguna maquetas militares, en fin, un lugar que estaba en desuso sin saber el por qué. Años después se prohíbe el uso como pabellón de aulas y es clausurado definitivamente. El pabellón de Quinto Año fue ubicado en donde estaba la canchita de la Perlita, haciendo que ésta desapareciera definitivamente. Así también me dí con la sorpresa que “los malacates” dejaron de funcionar, han colocado una puerta con las cerraduras selladas, del mismo modo la pista de combate ha sido reducida para colocar una cancha para jugar fulbito y básquet.

No vamos a esperar que los lugares que conocimos algunas vez desaparezcan del paisaje leonciopradino, tenemos que hacer algo para que ello no suceda, no quiero que en alguna visita me encuentre con un letrero que diga “clausurado” o prohibido el ingreso al Colegio Militar ”Leoncio Prado” definitivamente…