El sueño de
Juanita
Sentada en el
lugar de siempre, recostada en la puerta de entrada del hostal maloliente que
cada noche es nido de amor de furtivas parejas, Juanita es un personaje
conocido por aquellas personas. Siempre está rodeada de sus canastas compuestas
de cigarrillos, golosinas, envases de gaseosas, y diversos tipos de comida
chatarra que cada noche les ofrece. Trasnocha todos los días, soportando el
viento frío nocturno que cala en sus huesos pequeños de la sufrida mujer, ella
conoce a la perfección a todos los personajes que transitan por el pedazo de
vereda que ocupa, es como su segundo hogar, la pequeña mujer curtida por los
años se quedó profundamente dormida, en espera del deseo que la acompañó desde
siempre…ver de nuevo a sus hijitos, así los llamaba a pesar del tiempo
transcurrido, salieron de casa para nunca más volver, había olvidado que sus
hijos ya eran hombres y no los niños que en su momento estuvieron bajo su
cuidado.
La última vez
que estuvieron juntos fue cuando la trajinada mujer invadió un lugar para vivir
llamado “La Tablada”, lugar rodeado de arenales, en donde el sol en la época de
verano hacía que el arenal se convierta en un verdadero horno, difícil de
soportar sin los servicios básicos que cualquier lugar podría tener, es una
zona alejada de la gran ciudad, como ella había muchos casos de madres
solteras, parejas de jóvenes que no tenían donde morar, la esperanza de poseer
un lugar en donde cobijar sus cuerpos. Juanita con los pocos recursos que tenía
logró levantar un pequeño cerco del terreno que tomó posesión, se las ingenió
para tener su “casita”, como ella siempre le gustaba llamarla. No sabía si ese
esfuerzo valía la pena, pasaba las noches con mucha melancolía, sentarse en la
mesa y ver que no había nadie a su alrededor hacía siempre derramar las pocas
lágrimas que le quedaban. No tenía televisor, solo un pequeño radio a pilas que
recibió de regalo por el día de la madre, lo encendía para tener un poco de
sonido en casa.
El pequeño
cuerpo de la mujer todavía tiene fuerzas para seguir en la brega, a pesar de
trabajar en las mañanas como doméstica ocupa un lugar en la esquina de aquel
barrio populoso, lo hacía con fin de olvidar que tenía hijos, olvidar que tiene
una pena ausente y por ello prefería pasar el resto del día lejos de casa,
recordarlos hacía que la pobre mujer siga sufriendo la vida que llevaba.
Comparte las noches con gente de mal vivir: rateritos, fumones y prostitutas
cada bloque de cemento de aquella calle.
Lamentándose de
su mala suerte…
¿Qué habré hecho mal, por qué Dios me paga así?,
siempre se preguntaba…Sabes Juan, es mejor estar muerta, porque vivir con este
dolor que me aflige y recordar que alguna vez tuve hijos me deprime, es un
sufrimiento tan profundo que difícilmente podré borrarlo. No saber de ellos, si
comen, si duermen, si alguna vez recordaron que tuvieron una madre… yo ya no
tendría control de mí, haría cualquier locura como el de aventarme debajo de
las llantas de cualquier auto que pase por la avenida, pero antes me tomaría
una botella de cualquier licor barato para emborracharme.
Desde que tuvo
uso de razón sólo supo de lavar, planchar, cocinar y hacer todos los quehaceres
de casa, nació para servir y sufrir. Su baja estatura nunca le fue impedimento
para realizar las cosas que le eran encomendadas. Recuerda que había nacido en
la ciudad de Huacho, y que desde muy pequeña salió de aquella ciudad de la cual
jamás regresó -ni para el entierro de su madre- Su vida transcurrió entre la
cocina y el comedor de sus patrones de las casas donde le tocó trabajar, cada
cual con sus diferentes maneras de vivir. Se las ingeniaba a pesar que no sabía
leer y escribir. Un hecho le marco para siempre, en su juventud se enamoró de
una personaje de mal vivir y fruto de esa furtiva unión recuerda que engendró
un niño, que luego por su ignorancia y por el temor de perder la vida, dejó que
la madre de aquel maleante le arrebatara para siempre a su primer hijo, a quien
nunca le dio el cariño maternal, ni siquiera lo pudo llamar por su nombre, a
pesar que en ocasiones lo observaba cuando lo llevaban al colegio, se le partía
el corazón al verlo crecer lejos de su cuidado, se secaba las lágrimas y
pensaba si algún día podría tocarlo y hablarle que ella era su madre, el tiempo
después le dio una oportunidad. Una persona que frecuentaba la casa de sus
ocasionales patrones se hizo amiga de ella y entablaron una amistad, ella más
por curiosidad, porque dicha persona era una dirigente vecinal y conocía a
muchas personas, cierta vez en una conversación la nueva amiga le comentó que
conocía a la familia de su hijo, le dijo que podía hablar con él para marcar un
encuentro. Juanita no salía de su asombro, Dios le había dado la oportunidad
que como madre había buscado por mucho tiempo. La amiga pacto el encuentro, estaba
nerviosa cuando lo saludó, al tratar de reconocerlo en sus recuerdos tuvo una
rara sensación, ya no era lo mismo, era un abrazo frío sin ese calor que uno
siente al hacerlo a una persona querida, era como ver por primera vez a un ser
extraño, sus sentimientos se habían apagado, el corazón de madre no
representaba nada, fue una sensación de vacío, los años le habían cicatrizado
aquella herida que alguna vez representó un fuerte dolor.
La primera
vivienda que tuvo en Lima fue un cuartito en la avenida Del Ejército, cerca del
cuartel San Martín, un corralón tugurizado en el cual compartían un solo caño y
un solo baño con las demás personas, dentro ese cuarto vivía con el padre de
sus hijos de una segunda relación y sus hijos Enrique y Godofredo. No pasó
mucho tiempo para dejar aquel lugar, decidió aceptar en compañía de sus hijos
ser la guardiana de un pequeño edificio en la avenida Angamos, en Miraflores.
Trabajó en aquel lugar por mucho tiempo, hasta que cansada de los malos tratos
de las personas, prefirió volver a trabajar como empleada del hogar. Por mucho
años estuvo en esa vaivén, trabajaba de lunes a sábado y los días domingos eran
sus días de descanso. Descanso que los aprovechaba en visitar a sus hijos o
salir con sus amigos.
Cuando las
fuerzas la acompañaban, los días domingos los disfrutaba al máximo, ella era
una asidua concurrente de las famosas fiestas chichas que se realizaban
en la Carretera Central bailando al ritmo de los grupos tropicales de
aquella época, “Chacalón y su nueva Crema”, “Los Shapis”, “Viko y su grupo
“Karicia”. Cada domingo de forma religiosa se vestía con sus mejores ropas, se
colocaba una blusa llamativa y pantalones ajustados de color extravagante. El
maquillaje la hacía parecer un maniquí de bolsillo y para que ello no ocurra,
calzaba unos suecos de doble suela que le hacía parecer de un tamaño normal. La
pequeña mujer sin ninguna preocupación se deleitaba al ritmo musical, bailando
y bebiendo sin parar en la compañía de sus amigos ocasionales, para ella era
como una terapia semanal, conversaba, reía, enamoraba, Juanita se sentía dueña
de la situación, todo ello terminaba cuando la música dejaba de tocar y las
luces del local se apagaban, regresaba a casa con la preocupación que al día
siguiente volvía a sus quehaceres diarios.
-Abuelita
despierta, tienes que llevarnos al colegio, ya se hace tarde- Le decían las
niñas. Ella seguía entumida dentro de su cama cubierta con una frazada que a
las justas podía cubrirla, su perro “capone” ladraba de forma exagerada y ella
continuaba sin responder, Sus nietas comienzan a sacudirla hasta que el llanto
de las niñas, de repente la hizo levantar, sorprendida como si estuviera en
otro lugar, su pequeño cuerpo de a pocos se reanima, se pasa las manos por sus
cabellos blancos, viste una blusa que cubre su piel arrugada por los años, sus
gruesas piernas calzan sus gastadas sayonaras llenas de polvo callejero, abraza
con todas sus fuerzas a sus nietas que lloran juntas con ella sin preguntarles
el por qué. Sintió que regresaba en el tiempo, era como una película, pero la
protagonista era ella. Sus “chunchitas”, como Juanita las llamaba de cariño,
eran la continuación de su vida, iba a ser la madre de ellas, todo lo que había
pensado hacer una vez antes de forma errónea, lo dejaría de lado para poder
darles lo mejor hasta que el cuerpo le pida un descanso y le pase la factura.
El sueño de
Juanita había sido un vago recuerdo de todo lo que pasó en la vida. La compañía
de sus nietas ocupa ahora el lugar de sus hijos que partieron de casa con rumbo
desconocido. Solo Enrique dio noticias, estaba viviendo en Juanjuí, en un
caserío alejado de la ciudad, había regresado en uno de sus viajes para dejar a
sus hijas para que Juanita las cuidara, nunca quiso revelar en que trabajaba,
prefirió quedar en silencio. Las noticias de su hermano ’’godo” que Enrique dio
para Juanita no eran de las más alentadoras, lo había visto una sola vez vendiendo
herramientas agrícolas por los diversos caseríos de aquella zona. Desde ese
encuentro, perdió todo contacto y nunca más lo volvería a ver.
Juanita como
madre y mujer que siempre luchó en la vida a pesar de sus limitaciones ruega
todos los días por sus hijos, a pesar de los ingratos que son con ella. Sueña
que un día tendrá a toda su familia reunida en su humilde hogar, compartiendo
con sus hijos y nietas, los momentos perdidos, imagina a todos sentados en una
mesa disfrutando de un banquete preparado por ella. Quiere que la vida le
brinde el mejor regalo que nunca recibió hasta ahora, tener a sus hijos en
casa, y que nunca más se separen del seno materno.