domingo, 19 de julho de 2009

EL SUEÑO DE JUANITA


El sueño de Juanita

Sentada en el lugar de siempre, recostada en la puerta de entrada del hostal maloliente que cada noche es nido de amor de furtivas parejas, Juanita es un personaje conocido por aquellas personas. Siempre está rodeada de sus canastas compuestas de cigarrillos, golosinas, envases de gaseosas, y diversos tipos de comida chatarra que cada noche les ofrece. Trasnocha todos los días, soportando el viento frío nocturno que cala en sus huesos pequeños de la sufrida mujer, ella conoce a la perfección a todos los personajes que transitan por el pedazo de vereda que ocupa, es como su segundo hogar, la pequeña mujer curtida por los años se quedó profundamente dormida, en espera del deseo que la acompañó desde siempre…ver de nuevo a sus hijitos, así los llamaba a pesar del tiempo transcurrido, salieron de casa para nunca más volver, había olvidado que sus hijos ya eran hombres y no los niños que en su momento estuvieron bajo su cuidado.

La última vez que estuvieron juntos fue cuando la trajinada mujer invadió un lugar para vivir llamado “La Tablada”, lugar rodeado de arenales, en donde el sol en la época de verano hacía que el arenal se convierta en un verdadero horno, difícil de soportar sin los servicios básicos que cualquier lugar podría tener, es una zona alejada de la gran ciudad, como ella había muchos casos de madres solteras, parejas de jóvenes que no tenían donde morar, la esperanza de poseer un lugar en donde cobijar sus cuerpos. Juanita con los pocos recursos que tenía logró levantar un pequeño cerco del terreno que tomó posesión, se las ingenió para tener su “casita”, como ella siempre le gustaba llamarla. No sabía si ese esfuerzo valía la pena, pasaba las noches con mucha melancolía, sentarse en la mesa y ver que no había nadie a su alrededor hacía siempre derramar las pocas lágrimas que le quedaban. No tenía televisor, solo un pequeño radio a pilas que recibió de regalo por el día de la madre, lo encendía para tener un poco de sonido en casa.

El pequeño cuerpo de la mujer todavía tiene fuerzas para seguir en la brega, a pesar de trabajar en las mañanas como doméstica ocupa un lugar en la esquina de aquel barrio populoso, lo hacía con fin de olvidar que tenía hijos, olvidar que tiene una pena ausente y por ello prefería pasar el resto del día lejos de casa, recordarlos hacía que la pobre mujer siga sufriendo la vida que llevaba. Comparte las noches con gente de mal vivir: rateritos, fumones y prostitutas cada bloque de cemento de aquella calle.

Lamentándose de su mala suerte…
¿Qué habré hecho mal, por qué Dios me paga así?, siempre se preguntaba…Sabes Juan, es mejor estar muerta, porque vivir con este dolor que me aflige y recordar que alguna vez tuve hijos me deprime, es un sufrimiento tan profundo que difícilmente podré borrarlo. No saber de ellos, si comen, si duermen, si alguna vez recordaron que tuvieron una madre… yo ya no tendría control de mí, haría cualquier locura como el de aventarme debajo de las llantas de cualquier auto que pase por la avenida, pero antes me tomaría una botella de cualquier licor barato para emborracharme.

Desde que tuvo uso de razón sólo supo de lavar, planchar, cocinar y hacer todos los quehaceres de casa, nació para servir y sufrir. Su baja estatura nunca le fue impedimento para realizar las cosas que le eran encomendadas. Recuerda que había nacido en la ciudad de Huacho, y que desde muy pequeña salió de aquella ciudad de la cual jamás regresó -ni para el entierro de su madre- Su vida transcurrió entre la cocina y el comedor de sus patrones de las casas donde le tocó trabajar, cada cual con sus diferentes maneras de vivir. Se las ingeniaba a pesar que no sabía leer y escribir. Un hecho le marco para siempre, en su juventud se enamoró de una personaje de mal vivir y fruto de esa furtiva unión recuerda que engendró un niño, que luego por su ignorancia y por el temor de perder la vida, dejó que la madre de aquel maleante le arrebatara para siempre a su primer hijo, a quien nunca le dio el cariño maternal, ni siquiera lo pudo llamar por su nombre, a pesar que en ocasiones lo observaba cuando lo llevaban al colegio, se le partía el corazón al verlo crecer lejos de su cuidado, se secaba las lágrimas y pensaba si algún día podría tocarlo y hablarle que ella era su madre, el tiempo después le dio una oportunidad. Una persona que frecuentaba la casa de sus ocasionales patrones se hizo amiga de ella y entablaron una amistad, ella más por curiosidad, porque dicha persona era una dirigente vecinal y conocía a muchas personas, cierta vez en una conversación la nueva amiga le comentó que conocía a la familia de su hijo, le dijo que podía hablar con él para marcar un encuentro. Juanita no salía de su asombro, Dios le había dado la oportunidad que como madre había buscado por mucho tiempo. La amiga pacto el encuentro, estaba nerviosa cuando lo saludó, al tratar de reconocerlo en sus recuerdos tuvo una rara sensación, ya no era lo mismo, era un abrazo frío sin ese calor que uno siente al hacerlo a una persona querida, era como ver por primera vez a un ser extraño, sus sentimientos se habían apagado, el corazón de madre no representaba nada, fue una sensación de vacío, los años le habían cicatrizado aquella herida que alguna vez representó un fuerte dolor.

La primera vivienda que tuvo en Lima fue un cuartito en la avenida Del Ejército, cerca del cuartel San Martín, un corralón tugurizado en el cual compartían un solo caño y un solo baño con las demás personas, dentro ese cuarto vivía con el padre de sus hijos de una segunda relación y sus hijos Enrique y Godofredo. No pasó mucho tiempo para dejar aquel lugar, decidió aceptar en compañía de sus hijos ser la guardiana de un pequeño edificio en la avenida Angamos, en Miraflores. Trabajó en aquel lugar por mucho tiempo, hasta que cansada de los malos tratos de las personas, prefirió volver a trabajar como empleada del hogar. Por mucho años estuvo en esa vaivén, trabajaba de lunes a sábado y los días domingos eran sus días de descanso. Descanso que los aprovechaba en visitar a sus hijos o salir con sus amigos.

Cuando las fuerzas la acompañaban, los días domingos los disfrutaba al máximo, ella era una asidua concurrente de las famosas fiestas chichas que se realizaban en la Carretera Central bailando al ritmo de los grupos tropicales de aquella época, “Chacalón y su nueva Crema”, “Los Shapis”, “Viko y su grupo “Karicia”. Cada domingo de forma religiosa se vestía con sus mejores ropas, se colocaba una blusa llamativa y pantalones ajustados de color extravagante. El maquillaje la hacía parecer un maniquí de bolsillo y para que ello no ocurra, calzaba unos suecos de doble suela que le hacía parecer de un tamaño normal. La pequeña mujer sin ninguna preocupación se deleitaba al ritmo musical, bailando y bebiendo sin parar en la compañía de sus amigos ocasionales, para ella era como una terapia semanal, conversaba, reía, enamoraba, Juanita se sentía dueña de la situación, todo ello terminaba cuando la música dejaba de tocar y las luces del local se apagaban, regresaba a casa con la preocupación que al día siguiente volvía a sus quehaceres diarios.

-Abuelita despierta, tienes que llevarnos al colegio, ya se hace tarde- Le decían las niñas. Ella seguía entumida dentro de su cama cubierta con una frazada que a las justas podía cubrirla, su perro “capone” ladraba de forma exagerada y ella continuaba sin responder, Sus nietas comienzan a sacudirla hasta que el llanto de las niñas, de repente la hizo levantar, sorprendida como si estuviera en otro lugar, su pequeño cuerpo de a pocos se reanima, se pasa las manos por sus cabellos blancos, viste una blusa que cubre su piel arrugada por los años, sus gruesas piernas calzan sus gastadas sayonaras llenas de polvo callejero, abraza con todas sus fuerzas a sus nietas que lloran juntas con ella sin preguntarles el por qué. Sintió que regresaba en el tiempo, era como una película, pero la protagonista era ella. Sus “chunchitas”, como Juanita las llamaba de cariño, eran la continuación de su vida, iba a ser la madre de ellas, todo lo que había pensado hacer una vez antes de forma errónea, lo dejaría de lado para poder darles lo mejor hasta que el cuerpo le pida un descanso y le pase la factura.

El sueño de Juanita había sido un vago recuerdo de todo lo que pasó en la vida. La compañía de sus nietas ocupa ahora el lugar de sus hijos que partieron de casa con rumbo desconocido. Solo Enrique dio noticias, estaba viviendo en Juanjuí, en un caserío alejado de la ciudad, había regresado en uno de sus viajes para dejar a sus hijas para que Juanita las cuidara, nunca quiso revelar en que trabajaba, prefirió quedar en silencio. Las noticias de su hermano ’’godo” que Enrique dio para Juanita no eran de las más alentadoras, lo había visto una sola vez vendiendo herramientas agrícolas por los diversos caseríos de aquella zona. Desde ese encuentro, perdió todo contacto y nunca más lo volvería a ver.

Juanita como madre y mujer que siempre luchó en la vida a pesar de sus limitaciones ruega todos los días por sus hijos, a pesar de los ingratos que son con ella. Sueña que un día tendrá a toda su familia reunida en su humilde hogar, compartiendo con sus hijos y nietas, los momentos perdidos, imagina a todos sentados en una mesa disfrutando de un banquete preparado por ella. Quiere que la vida le brinde el mejor regalo que nunca recibió hasta ahora, tener a sus hijos en casa, y que nunca más se separen del seno materno.

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