segunda-feira, 1 de dezembro de 2008

Los “chatos” de la 9na. Sección de la XXXVIII Promoción del C.M.L.P.


La 9na. Sección dentro de la 38 promoción albergó en su mayoría a los más bajos en estatura, Los “chatos” de la promoción, el promedio de altura rondaba el 1.50 para abajo. En aquel lejano año de 1982 hicieron su ingreso 540 cadetes, ese año fue muy particular, porque no había 5to. Año, los “chivos” de la 37 promoción iban a ser las “vacas” de forma acelerada. Ello se debió a que el año de 1981 egresaron juntas dos promociones, parte de la 35 promoción, y la 36 promoción. Todo se debió al cambio del sistema de educación por parte del gobierno militar que transformó el Colegio Militar “Leoncio Prado” en ESEP Militar “Leoncio Prado”, cambios que nunca cumplieron con sus objetivos.

Con la 38 promoción se regresa al estatus de Colegio Militar hasta el día de hoy. En aquella época nuestra promoción ocupó dos pabellones del colegio, el Miguel Grau, con la compañía “A”, y el Duilio Poggi, con la compañía “B”, en donde se encontraba la 9na. Sección. Se podía encontrar a chicos de diferentes partes del Perú, muchachos que venían a estudiar a la capital, de Cañete, Huánuco, Huaraz, Ica, Tarma, Villa Rica, y cada uno con su forma de ser, era muy típico que cada uno de ellos, dijera que su ciudad “era la sucursal del cielo”. Siempre formábamos junto a los de la 8va. Sección (en la época de “perros”), que era una sección en donde se encontraban los más altos y de mayor edad, ya se imaginarán la diferencia en todos sus aspectos, además de usar tallas superiores a las acostumbradas (la mayoría era talla small) del uniforme drill verde olivo y con los borceguíes que pesaban como ladrillo. Desde ese momento nos ganamos el apelito de “parchís” en alusión al grupo de chicos españoles que hacía furor por toda Hispanoamérica. La 9na. Sección fue una de las pocas secciones que permaneció junta los tres años de estudios. Los apodos no se hacían esperar: “peladito”, “tumi”, “chanchez chanchez”, “podrido”,”marciano”, “sapito”, “calambrito”, “feto”, “chino”, “chiquilín”, “muñeca”, “mono”, “ciego”, “pelo duro”, “la mole”, “Olaya”, “calatazo”, “nutria”, “bubu”, “gato seco” “gallo”, “camote”

Esta “pequeña” sección no por el número sino por el tamaño de la mayoría de sus integrantes guarda una serie de anécdotas de las más divertidas, entre esa miscelánea se pueden encontrar hechos de los más variados: en las cuadras, en las aulas de estudio, en el comedor. Sin mayor preámbulo los dejo para que ustedes puedan conocer de cerca algunos de aquellos episodios muy leonciopradinos.

En las salas de aula…

En 3er. Año, en las clases de matemáticas teníamos un profesor, al cual lo apodábamos de “sérpico”, era un tipo delgado y que casi siempre usaba barba y bigote. Gustaba vestirse con casaca de cuero y con un pantalón de vastas acampanadas, lentes oscuros, cabello largo, y borceguíes. Era odiado y temido por los alumnos, jalaba a casi toda la sección y por ello se le tenía cólera. Un día de clase hubo un “palomilla” al que se le ocurrió la forma de “vengarse”, y no tuvo mejor manera de colocarle una masa pegajosa en su “querida” casaca…ya se imaginaran su reacción y su represalia personal.

En 4to. Año, tuvimos al profesor de matemáticas, Vílchez , un tipo muy recto a la hora de impartir sus clases y que no gustaba de algún disturbio, nos trataba como si fuera un instructor militar, cada vez que llegaba al aula, pasaba lista e “invitaba” a un grupo de cadetes a abandonar el salón de clase, y siempre entre ellos estaba el famoso cadete “chanchez chanchez”, al que le decía que era mejor tenerlo lejos de su presencia porque siempre estaba haciendo cualquier cosa menos estudiar matemáticas…Alguien por ahí escuchó que el profesor lo retó a una contienda para arreglar el asunto como los hombres.

Otro profesor muy “querido”, era el del curso de Biología (4to. Año), Chávez Mego, un tipo cascarrabias, como palomillas de aquella época casi quemamos el laboratorio de Química al manipular instrumentos sin su consentimiento, y fuimos separados de las clases, solo nos quedó esperar la hora del examen final o la famosa 5ta. Nota, por ahí se corrió el rumor que la prueba iba ser difícil, y como en la novela de Mario Vargas Llosa, “La ciudad y los perros”, sustrajeron la prueba y tuvieron que hacer un nueva. Para felicidad de todos, el examen fue aprobado por quienes alguna vez tuvimos alma de “piromaniaco”.

En 5to. Año el curso de música, el profesor era conocido como “pajarito”, un profesor más bueno que el pan, muy buena gente, asistíamos al salón de música para escuchar música clásica, en donde nos daría una clase de los principales compositores, y casi todos, para no decir la mayoría nos poníamos a dormir y pasar las dos horas académicas con Orfeo.


En las cuadras…

Cuando teníamos pocos meses de haber ingresado al colegio, siempre nos pasaban revista de cuadra, cama y ropero. El teniente de compañía era el encargado de la revisión, él daba su veredicto, todo debía estar impecable. Para no tener problemas, y dejar el piso de la cuadra como un “espejo” se empleaba a un voluntario para ser llevado dentro de una frazada y ser arrastrado por todo el piso de la cuadra. Había un cadete pequeñito muy parlanchín apellidado Villalba Saldaña “feto”, que casi siempre era quien se prestaba para hacer el lustrado. Todo el personal de la cuadra tomaba parte, el cadete Villalba era llevado de arriba para abajo, al final de aquella “faena” siempre acaba “apanado” y nunca supo que la frazada que se empleaba era suya.

En 4to. Año, Había un cadete apellidado Monroy, “ciego” (usaba unos lentes de fondo de botella), cada vez que salíamos a formar al patio, guardaba su colchón dentro del ropero, porque sino desaparecía por arte de magia y todas las noches cumplía con la rutina de armar su colchón como un rompecabezas porque se lo habían partido en 4 partes.

Había dos cadetes en la sección que gustaban jugarse de manos, apellidados Yactayo Reyna y Zevallos Estrella, pero sus juegos no serían como se podría pensar, su forma era agresiva, parecían dos cavernícolas, se agarraban con lo que encontraban a su paso, se agarraban a escobazos, carpetazos, silletazos, roperazos, y pensar que alguno podría quebrarse de dolor o pedir no seguir con la riña, los dos se reían como locos, como si los golpes no fueran dañinos, ellos disfrutaban de ello, nadie entendía del por qué de sus actitudes, creo que ni ellos mismos sabrían explicarlo.

En la época que éramos “chivos”, tuvimos un enfrentamiento con las “vacas” de la 37, y el jefe de batallón decretó que nos castiguen por falta a la autoridad, después de la “hora de cadete” fuimos directo al estadio en donde corrimos sin parar hasta bordear la medianoche y después sin tiempo para darnos un baño, tuvimos que dormir con el uniforme puesto. A partir de ese hecho, nos cambiaron de monitores y nos enviaron a los más “matones” para calmar nuestro vejamen. Para tan mala suerte, a nuestra sección nos tocó el panameño Vega, un moreno que medía 1.90, al lado de él parecíamos soldaditos de plomo. Nadie se le podía empalar, todos los domingos por la noche nos pasaba revista en pijama y nos castigaba con el colgador en la mano, hasta que alguien decidió romper el interruptor y tuvimos que cambiarnos de ropa a oscuras por varios meses, todo ello era para evitar aquel maltrato. La venganza más recordada con mucha jocosidad hasta el día de hoy fue la substracción de sus apreciados borceguíes de paracaidista, que todos los llamaban de “panameños” porque solo ellos los usaban. Una mañana cuando salimos a formar, el famoso monitor se apareció “calzando” sus sayonaras, nadie podía contener la risa al ver ese espectáculo. Al siguiente año muy orondo el cadete Sánchez lucía los famosos borceguíes “perdidos”.

Por las noches, en las cuadras hacían siempre su aparición los famosos “malacates”, era el personal civil que hacía diversos trabajos en el colegio y para obtener un dinero extra vendía todo tipo de golosinas que era ofrecida a los cadetes. Llegaban con sus cajas llenas y se retiraban contentos por su venta nocturna. Burlaban la seguridad de suboficiales y oficiales, porque estaba prohibido que personal civil tuviera presencia en las cuadras. En la sección, teníamos un grupo que se autodenominó la “manchita”, hacían sinnúmeros de travesuras propios de su edad. Y en una de esas noches decidieron conseguir aquellas golosinas sin hacer pago alguno, llamaron al malacate dentro de la cuadra y lo entretuvieron preguntando los productos que vendía, cuando él menos imaginaba era cubierto por una frazada y de forma inmediata la manchita desaparecía llevándose el “dulce” botín, a raíz de aquel episodio por un tiempo los malacates desaparecieron, no podían quejarse porque el negocio que realizaban no estaba permitido. Meses después hacían su aparición pero con mucho sigilo para no ser víctimas otra vez del famoso “grupito”.


En el comedor…

Al pasar “rancho” a la hora de la cena, cuando servían el famoso plato que todo el mundo llamaba de “pantano”, casi nadie tocaba bocado del tan recordado y peculiar “manjar”, quienes estábamos presente en la mesa le preguntábamos al cadete Guillén “la mole”, si quería comer y nos respondía con una sonrisa cómplice llena de satisfacción moviendo su dedo índice. Solo nos quedaba observar como se deleitaba y devoraba a sus anchas la fuente completa, los demás esperaríamos la hora de cadete para suplir nuestra cena en los casinos del colegio.
Otro episodio muy parecido ocurría cuando nos servían pescado frito, nadie lo probaba, tenía más espinas que carne, solo el cadete Lazo “Olaya”, era el “especialista” como buen chorrillano que era, engullía sin ningún problema los diez pescados de la mesa, desde ese momento se ganó el apelativo de “lobisón” a raíz de una película de terror que estaba de moda en esa época.

En el comedor de cadetes, teníamos nuestras mesas que ocupaba la parte más alejada y nunca la teníamos completa, solo 8 cadetes la conformaban, estaba ubicada próxima a la guardia de la avenida La Paz. Allí nos atendía nuestro recordado mozo, Jack “el sucio”, y no por ser parecido con el protagonista de alguna película policial sino porque el susodicho siempre andaba con su uniforme en deficientes condiciones, el pobre sufría cada vez que nos veía. Si había un desayuno, almuerzo o cena que no nos gustaba, él podía pagar “pato”, una de esas veces fue cuando nos sirvieron tallarín verde, aquel plato parecía una soga pintada, nadie comía y “protestábamos” colocando los platos llenos formando una torre que se asemejaba a un árbol de navidad y poníamos los vasos llenos de agua puestos al revés, uno sobre otro. Jack hacía malabares para que sus platos y vasos no cayeran al piso, todo volaba por los aires, seguro que hasta hoy tendrá pesadillas con nosotros.

La hora de cadete en la época de 3er. Año, era una cacería de brujas, después de la cena teníamos que salir disparados del comedor para no ser tomados como juguetes por parte de los cadetes de 4to. Año, se buscaba los lugares más inverosímiles que podían imaginarse como escondite. Un grupo de la sección consiguió esconderse dentro de los arbustos de hierba mala crecida en el campo del estadio, permanecíamos boca arriba mirando el cielo, como almohada utilizábamos nuestro maletín James Bond y abrigados por nuestros capotines respectivos. Para calmar el frío encendíamos un cigarro y se rotaba por el grupo, hablábamos en voz baja, hasta escuchar el llamado a formar. Cierto día, por el apuro para no ser uno de los tres últimos en la formación, alguien dejó caer la colilla encendida y empezó a quemarse la hierba mala, era el principio de un incendio, pero felizmente que fue controlado a tiempo por el personal de tropa. Después de aquel episodio, la dirección del colegio decretó podar constantemente la cancha del estadio para evitar que se produzcan más incendios, a partir de ese momento “nuestro” escondite dejó de existir.

Historias que perdurarán entre los cadetes de la 9na. Sección y que son parte de la Trigésima Octava Promoción del Colegio Militar “Leoncio Prado”. Muchas de esas vivencias hicieron que aquellos adolescentes de esa época convirtieran la amistad en una hermandad afectuosa que subsiste hasta el día de hoy, la hermandad leonciopradina, Recuerdos que jamás serán olvidados y que quedarán marcados en nuestras mentes de forma imperecedera. No todos pudieron terminar los tres años, hubieron cadetes que solo compartieron con nosotros meses, otros un año, otros dos. Pero eso no les quita que fueron alguna vez parte de aquel grupo de muchachos que hicieron su ingreso un lejano 5 de abril de 1982.

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