segunda-feira, 1 de dezembro de 2008

Un Viejo Jovial


Quién lo conocía se hacia amigo de él de forma instantánea. El popular “Carlitos” Carty era un “tío” muy jovial siempre con una sonrisa a flor de piel, a pesar que no era “verdadera”, es decir que los dientes que mostraba en realidad era una plancha de prótesis muy bien amalgamada. Ese era nuestro “viejo” con pinta de tanguero argentino arrabalero, a veces fino a veces chusco, algunas veces de pelo blanco o plateado, según el momento o temporada. Tenía esa picardía que pocas personas a su edad la conservan. El blanquiñoso tenía alma de “negro”, siempre con la palomillada en el momento justo. Poseía lo que comúnmente se puede definir “tener esquina”, “tener calle”. Toda su vida trabajó como vendedor, tenía una labia envidiable, que convencía a cualquier comprador uraño. Sufrió un pre-infarto, San Pedro le recomendó que se cuidara, y que ello había sido una advertencia puesto que todavía su trabajo en la tierra no había culminado. En efecto, el “viejo” se sobrepuso de aquel percance para continuar de forma calma su vida. Gustaba de cantar, era el típico animador que no sentía vergüenza ajena. Fue un buen hijo, estuvo a cargo de su madre hasta los últimos días en que ella decidió descansar en paz. Sufría de forma silenciosa, el cuidado que hacía de ella, su madre era la joya más preciada para él.

Perteneció a la undécima promoción del Colegio Militar “Leoncio Prado”, estudios que no pudo culminar por problemas de índole familiar, cursó solo los dos años de los tres reglamentarios, pero nadie le podrá quitar que alguna vez fue un ex cadete leonciopradino. En algún momento para recordar su paso por el CMLP, guardaba con mucho cariño una foto en uniforme de salida cantando con un grupo de cadetes en el auditorio del colegio.

“Carlitos” Carty, con sus charlas amenas, su timbre de voz de animador de televisión, y su popular frase “claro compadre”, aparecía rodeado de jóvenes en el barrio, por cierto, nunca perdió la costumbre de “enamorador”, ahí encajaba la frase de forma perfecta “que el diablo sabe más que por viejo que por diablo”, estaba constantemente ayudando a cualquier persona, brindado su mano amiga. En el tiempo que lo conocimos, vivía solo, su hijo que se llama igual que él, salió de casa para formar su propio hogar, su hija viajó a los Estados Unidos en donde radica hasta el día de hoy, su esposa siguió los pasos de la hija. El viejo para llenar el vacío familiar y olvidarse de la soledad decidió alquilar gran parte de su casa y vender los enseres que le quedaban. Casi nunca estaba en casa, prefería estar en la calle porque los recuerdos familiares lo hacían ponerse nostálgico. Como buen padre que fue, ayudaba a su hijo en la pizzería que éste abrió en Surco, el “marketero” de Carty atendía directamente en las mesas, conversaba con los clientes quienes gustaban de su trato amable. El nombre de la pizzería es “Don Dino”, muchos de los clientes pensaban o acreditaban que “Carlitos” Carty era en realidad “Don Dino”, un viejo italiano que decidió radicar en el Perú y brindar su gastronomía italiana, él seguía con el juego de decir y afirmar que era italiano. Ninguno de los asiduos comensales se dio por enterado, él les seguía el juego sin problemas. Después que se retiraba del local de su hijo se sacudía de ese personaje y volvía a ser el viejo palomilla que todo el mundo conocía, volvía a ser el blanquito con alma de “negro”.

A raíz de su dolencia al corazón se convirtió en un farmacéutico empírico, se recetaba a si mismo todas las pastillas habidas y por haber. Cuando conoció a mi tío Edmundo, el popular “cholo Edmundo, otro “loquito pastilla”, casi de su misma generación, se hicieron solo “amigos” de medicinas, intercambiaban las pastillas como si fueran figuritas de algún álbum de colección, intercambiaban todo tipo de ellas, de diversos tamaños, colores y marcas de laboratorio.

Tenía más anécdotas que cualquier persona, su “pinta” le ayudaba mucho. Una vez nos narró que fue invitado para ser parte de un concurso de belleza, concurso al cual acudió de forma impecable, se sintió importante ese día, tuvieron con él una recepción como si fuera algún personaje de la farándula limeña, pero no salía de su asombro hasta el momento que comenzaron a desfilar las “supuestas” concursantes, veía algo extraño en ellas, pero él guardaba la compostura de señor, tomaba apuntes y daba su puntaje, cuando por fin descubrió que había sido invitado para ser jurado de un concurso de belleza para elegir a la “Miss Perú Gay”, solo le quedó permanecer hasta la coronación y retirarse de forma sigilosa para huir del ambiente de jolgorio en que estaban las concursantes.

Carlitos gustaba de acompañar sus charlas con alguna bebida, si encontraba un tema de conversación podía quedarse hasta altas horas de la noche, y quedarse dormido en el carro de su amigo Miguel a quien llama de “Miguelito”, quien a su vez le decía con cariño “Beetlejuice”, un personaje de una película interpretado magistralmente por Michael Keaton, un Fantasma loco de remate, y para apoyar tal apodo, Carlitos siempre hacía de las suyas, hasta podía perder su “delantera”, es decir, su plancha de dientes postizos, con el exceso de la bebida y al comer sin ningún cuidado los populares sanguches de “Joshe Luis”, una de esas noches sus dientes fueron a parar debajo del carro, solo nos dimos cuenta cuando percibimos que no estaba, lo encontrábamos en la procura de ellos, nos dio un ataque de risa al verlo sin dientes con sus cabellos alborotado y por la forma desesperada que hacía para encontrarlos, pero como todo “lord inglés”, no perdía su compostura, así era el “viejo”, “beetlejuice”, “Carlitos” como siempre será recordado.

A veces desaparecía por meses, nadie sabía de su paradero. Prefería hacer cosas que él mismo gustaba de realizar, el de ayudar a las personas de menos recursos o el de caminar por lugares y barrios desconocidos. Cierta vez estuvo ayudando al Hogar de Cristo, su misión era de recoger a niños que estaban en situación de total abandono, nos contó que estuvo frecuentando “los barracones” en donde los niños viven en condiciones infrahumanas sin un alimento que puedan llevarse a la boca y sin un lugar en donde puedan vivir. Se enfrentaba y no tenía miedo de las personas de mal vivir que se le cruzaron en el camino, siempre negociaba para poder salvar a cada criatura que veía, tenía esa alma de “abuelito”, que quiere ver que sus nietos estén cobijados sobre su cuidado. Quienes lo conocimos sabíamos de ese espíritu, el de ayudar a personas desconocidas sin recibir nada a cambio.

Con su lento caminar, con su pantalón de vasta alta, con sus manos en los bolsillos de la casaca y calzando zapatillas con medias de vestir, masticando un chicle y con su alma de jovenzuelo. Ese era Carlos Augusto Carty Holguín, un tipo que supo vivir la vida, por supuesto a su manera, supo agenciarse y sobrevivir sin problemas, conocido por todas las personas del barrio. Un personaje que seguro hará falta dentro del paisaje “saucino”, su pérdida ha sido y será sentida por todos quienes lo conocimos.

El viejo se fue sin despedirse y sin el cariño de todas las personas que lo estimaban, seguro que el viejo no quiso que nadie se enterara que estaba triste y sin la sonrisa que siempre lucía, quería y quiere, seguro que nos estará observando, que lo recordemos como siempre, como el “viejo jovial” con su sonrisa a flor de piel.

Um comentário:

MilyRuiz disse...

Hola,
Busque en google el nombre del Sr. Carlos Augusto Carty Holguin y me derivó a este blog.
La verdad que super bueno, felicitaciones!.
Necesito comunicarme con la Sra Carmen (su esposa) o con alguno de sus hijos, tendran alguna forma de contactarlos?
Agradeceria muchismo la ayuda.
Mi email es milyruizc@hotmail.com
Muchas Gracias,
Milagros Ruiz